17 feb 2013

Morir de amor para sentirme viva.

Abrí los ojos con tu boca, todavía, pegada a la mía y el triple parpadeo te hizo desaparecer del todo. Entonces mis latidos me inundaron los tímpanos y a mi cuerpo le dolía tener que despertarse ya.
Me odié.
Otra vez habías aparecido en mi cama cuando había cerrado los ojos. Es entonces cuando supe que no iba a ser un buen domingo.
Levanté las persianas y el cielo acabó de confirmarme que, efectivamente, éste sería un domingo de esos en los que solo vas cuesta abajo. Miré el desorden que tenía encima de la mesa y pensé que el que había en mi cabeza no tenía nada que envidiarle. Salí de la habitación, y el silencio en el resto de la casa no me ayudaba a callar tus besos aún presentes en mis sienes. Me dolía la cabeza, y los flashazos de mis dedos entre tu pelo me subían el corazón a la garganta para vomitarlo junto contigo.
Me asusta. Me asusta el poder que tienes sobre mí. Me asustas tú. Me asusta pensar que si te pienso tiemblo. Me asusta si me escribes porque siempre sé cómo acabará. Aunque la esperanza nunca se pierde. Y es eso, precisamente, lo que me mantiene viva. Que, algún día, alguien sea capaz de hacer tan mágicos cada segundo de mi vida. O que algún día los segundos de tu vida ya no sean mágicos sin los segundos de la mía.

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