Y en los labios sabor a sal.
Porque en 24 kilómetros no me dejo las ganas, pero me dejaría la piel, en línea continua y discontinua sólo para endulzarte unas fresas más de lo que lo haría el azúcar.
Y entre el verano improvisado y el intento de matar el tiempo llegan las mañanas a escondidas, y de escondidas nuestras ganas no tienen ni un pelo. Se nos escapan por debajo de la puerta y nos hacen cosquillas en los pies y en el paladar. Y hasta nos guiñan un ojo. Y apareces por la puerta para recordarme que 50 besos no son suficientes para recibirte. Que 150 besos no son suficientes para despedirte. Y que 24 kilómetros por semana no son suficientes para olvidarte.
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